"(...) La mecánica de dirección, si se quiere que funcione ha de ser invisible."
Walter Eucken
La interpretación superficial y descuidada sobre quiénes somos o qué pensamos* oculta elementos profundos de las repuestas a estas preguntas que resultan turbadores. Uno de esos amenazadores puntos ciegos de nuestra cultura es su carácter autoritario, oculto bajo una gruesa capa de conceptos y reflexiones que funcionan como un sutil y sofisticado juego de espejos. Mientras en lo superficial se promueve la libertad, en los cimientos de nuestra construcción intelectual y política la misma se aniquila. Adentrémonos, excavemos a la búsqueda de esas cimentaciones invisibles de nuestro andamiaje conceptual.
A lo largo del siglo XVIII se formalizó un marco conceptual que, en lo sustancial, continúa siendo plenamente funcional. Formando parte de este marco se desarrolló un idea de libertad como la capacidad de desarrollar lo que realmente somos por naturaleza; por supuesto a continuación se dejaba claro cuáles eran las características de la misma. Esas definiciones cerradas y chatas sobre eso que se llamaba naturaleza humana servirán desde entonces como un elemento que permite acotar, establecer límites; elementos no discutibles. El siguiente paso era, una vez reconocida la naturaleza humana comprender qué era lo deseable, cuáles debían ser los fines a perseguir y desarrollar un sistema de dirección, de gobierno de hombres y mujeres que permitiera un pastoreo eficiente. La gran innovación del siglo XVIII a este respecto no fue otra que el descubrimiento de los vicios, las pasiones como herramienta de dirección de humanos. Lo que se desarrolló, pues, fue un sofisticado sistema de pastorado laico en el que la dirección se ejercía a través del egoísmo o la codicia. En pleno siglo XVIII Adam Smith consideraba que este sistema, una vez puesto en marcha, funcionaría de una forma automática, sin necesidad de intervención posterior. No será hasta los difíciles años de entreguerras, cuando los catastróficos resultados de este experimento se hicieron evidentes, que se produjo una revisión de ese supuesto automatismo y se comprendió que para mantener un pastoreo eficaz sería necesario establecer mecanismos de dirección invisibles y que la palanca de los mismos no sería otra que la construcción de mercados competitivos regulados por el Estado.
Pretender que una construcción intelectual como esta fomente la libertad es una burla, pero una burla que funciona. Como vemos existe un cierto poso religioso no reconocido en la racional y laica cultura moderna. El pastorado, no es otra cosa que el cuidado vigilante de unos fieles, dirigirlos y gobernarlos. Es precisamente la vigilancia, la observación atenta y cuidadosa de los fieles, lo que permite dirigirlos y gobernarlos que no es más que encaminar a un determinado fin, guiar...
El propio concepto de pastorado procede directamente del praelatus latino, literalmente "puesto delante". Vivimos en un marco conceptual pensado para favorecer la tarea a los que van delante. Ahora bien la propia definición de pastorado hace alusión al cuidado que, volviendo a sus raíces etimológicas latinas, no es otro que cogitere; discernir o pensar. De modo que nuestro sentido común acepta de una forma irreflexiva que promovemos la libertad aunque lo que en realidad hacemos es establecer un sistema de ideas en el que los que van delante, los prelados, disciernen o piensan por los demás respecto a qué es deseable o a qué fines perseguir. Como observa Chantal Maillard:
"(...) No habrá verdadera democracia mientras aquellos que la integran no hayan aprendido a ser libres, y la libertad no es un conjunto de libertades que se otorgan o se quitan, sino algo mucho más simple y complejo a un tiempo, algo que germina en el silencio y en la observación de ese aparecer y desaparecer de los contenidos mentales"
En la era digital las herramientas de vigilancia se están perfeccionando a un ritmo vertiginoso y asistimos a una sofisticación acelerada en los mecanismos que permiten un pastorado segmentado y desagregado hasta límites hasta hace poco tiempo inimaginables. Asistimos, de nuevo, a la aparición de una disonancia entre lo que nuestro sistema de ideas declara: que desea potenciar la libertad; y lo que realmente promueve que no es más que un autoritarismo camuflado. A medida que la disonancia se haga más evidente y la coherencia entre lo declarado y lo hecho se esfume el autoritarismo ya no se camuflará.
* Chapoutot J., Libres d’obéir: Le management, du nazisme à aujourd'hui, Galimmard, 2020
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