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R. H. TAWNEY |
Resulta
sorprendente que para comprender nuestro presente sean más útiles
libros descatalogados, no editados desde hace décadas, que han sido
expurgados de las estanterías de muchas bibliotecas y que han
acabado en librerías de viejo. Un pequeño libro, titulado La
sociedad adquisitiva, publicado en 1920, anticipó
muchas de las realidades del mundo en el que hoy vivimos. Su autor R.
H. Tawney, profesor de Historia Económica en Londres definió los
problemas derivados de construir una sociedad sobre la avaricia.
Además, empleó un término para definir a estas sociedades:
sociedades adquisitivas. Hoy, noventa y seis años después,
vivimos inmersos en una sociedad adquisitiva.
La
idea de construir sociedades en torno a la codicia había surgido en
la Europa de los siglos XVII y XVIII, apoyada en el deseo de utilizar
a esta propensión humana como una herramienta que ayudara a
controlar otras propensiones que en aquel momento se consideraban más
peligrosas como la ambición de poder. Lo que Tawney muestra es
como, lejos de constituir un vicio inocuo, la codicia podía
resultar letal para la constitución de sociedades humanas. No se
trata de un alegato pueril y superficial, sino de una observación de
la naturaleza humana más alejada de las ensoñaciones de una
“ciencia” económica que contempla a esa naturaleza de un modo
esquemático y más cercana a los matices y las complejidades de esa
naturaleza que muestran la antropología o la historia. Así, Tawney
no niega que la avaricia forme parte de la naturaleza humana, pero
hace una crítica certera al hecho de utilizarla como eje en torno al
cual construir un sistema social y económico:
“Es
evidente, desde luego, que no hay ningún cambio de sistema o
mecanismo que pueda evitar causas de malestar social tales como el
egoísmo, la codicia y la belicosidad de la naturaleza humana. Lo que
se sí puede evitar en cambio, es la creación de un ambiente en que
no sean ésas las cualidades que se fomenten.”
No
se trata, por tanto, de negar estos impulsos, sino más bien, de
evitar que sean los principios rectores de nuestras sociedades.
Para
Tawney las sociedades adquisitivas eran aquellas construidas sobre
estas bases y las definió con las siguientes palabras:
“Tales
sociedades pueden llamarse sociedades adquisitivas, porque toda su
tendencia, interés y preocupación es fomentar la adquisición de
riqueza. El atractivo de esta concepción debe de ser poderoso, pues
todo el mundo moderno se halla bajo su hechizo. (…) El secreto de
su triunfo es evidente. Constituye una invitación a los hombres para
que usen los poderes con que han sido dotados por la naturaleza, la
sociedad, el talento, la energía, el implacable egoísmo o la simple
suerte, sin preguntarse si existe algún principio en atención al
cual deba limitar su ejercicio.”
Ahora
bien: ¿qué consecuencias provocaría la construcción de sociedades
de este tipo? La respuesta de Tawney a esta cuestión es que los
efectos serían brutales, y pasó a enumerarlos. Hoy, en agosto de
2016 muchos de los efectos descritos por Tawney no sólo nos resultan
familiares, sino que para una parte sustantiva de la población han
pasado a ser considerados de “sentido común”.
En
las sociedades adquisitivas se pretende el gobierno de los hombres a
través del fomento de la codicia, de su afán de lucro y éste pasa
a ser el único criterio a tener en cuenta a la hora de juzgar las
actividades que se desempeñan dentro de esa sociedad. El ánimo de
lucro eclipsa a cualquier otra consideración. De este modo se
confunden los medios con los fines, o más bien, el único fin válido
es el ánimo de lucro. Cualquier consideración moral sobre si esa
actividad es deseable o es un despilfarro o un defecto carece de
importancia. Recientemente hemos asistido a la modificación de las
reglas contables utilizadas para medir el PIB en la UE y, desde
entonces, en el mismo se incluyen actividades como la prostitución o
el narcotráfico según su “aportación” a ese PIB.
Tawney
resume los efectos sociales de esta omisión de la moral a la hora de
definir los fines que deben dirigir la actividad económica:
“Cuando
se ha olvidado el criterio de función, el único criterio que queda
es el de riqueza; y una sociedad adquisitiva venera la posesión de
riquezas, como una sociedad funcional honraría, incluso en la
persona del más humilde y más trabajador artesano, las artes de la
creación.
Así,
la riqueza se vuelve la base del prestigio social; y las masas de
hombres que trabajan, pero no adquieren riquezas son consideradas
vulgares, insignificantes y sin importancia comparados con los pocos
que adquieren riquezas (...)”
En
los últimos años hemos asistido a la corrupción de una “política”
convertida en una mera herramienta a través de la que adquirir esa
riqueza que es venerada en las sociedades adquisitivas. Las mordidas,
los contratos amañados, la privatización de los servicios públicos
… todo ello encaminado a facilitar una adquisición de riqueza que
debe ser ostentosa para, de ese modo, conseguir prestigio social.
Todo esto se acompaña de un enorme desdén por todos los intereses y
actividades humanas que no contribuyan claramente a la actividad
económica. Los debates generados en torno a las humanidades y,
dentro de ellas, en torno a la filosofía son un buen ejemplo.
Otro
efecto reseñable para Tawney de este tipo de sociedades es el
desarrollo de enormes brechas de desigualdad:
“Una
sociedad regida por estas nociones es necesariamente víctima de una
desigualdad irracional.”
En
resumen, las consecuencias de erigir sistemas sociales y económicos
sobre la avaricia no pueden ser otras que: el desarrollo del egoísmo,
la eliminación de las discusiones y las preguntas sobre qué merece
la pena ser hecho y qué no, la confusión entre medios y fines, el
tratamiento fetichista de la industria, así como, una enorme
desigualdad y con ella una gran desorientación del sistema
productivo.
Supongo
que todo lo descrito por Tawney resulta familiar a cualquiera que
dedique un pequeño esfuerzo reflexivo a nuestro presente. Lo que hoy
deberíamos tener muy en cuenta son las consideraciones finales que
Tawney dedicó a cuál podía ser el punto de llegada de este camino:
“Si
los hombres no reconocen ninguna ley superior a sus deseos, tendrán
que pelearse cuando sus deseos choquen (...)”
De
modo que deberíamos intentar sustituir a nuestras sociedades
adquisitivas, basadas en la codicia, por otras en las que fomentemos
otras inclinaciones humanas menos perjudiciales para la sociedad:
“¿Idealismo
sentimental? En cualquier caso, téngase presente la alternativa. La
alternativa es la guerra; y la guerra continua, tarde o temprano,
significará algo así como la destrucción de la civilización”
Casi
veinte años antes del estallido de la II Guerra Mundial Tawney no
anduvo muy desencaminado respecto al futuro de la civilización en
Europa.
¿Aprenderemos
alguna lección? Veremos...
Tawney, R. H., The acquisitive society, New York, Harcourt, Brace & Howe, Inc, 1920 [Traducido al castellano en Alianza editorial, Madrid, 1972]