"Tenemos que dejar de contarnos historias en las que dinero y valor se equiparen. Tenemos que imaginar un mundo en el que la valía de exprese con cosas como el amor y el cuidado (...) el éxito dentro de este sistema es sospechoso."
J. Crispin
Una mañana de noviembre del año 2017 en la radio entrevistaban a una escritora nigeriana, Chimamanda Ngozi (20' 10"); en un momento de la conversación que giraba en torno al tema de cómo educar en el feminismo la escritora contaba como, siendo muy niña, en su casa descubrió que era feminista aún sin saberlo y como le molestaba que hubiera cosas que se suponía que tenía que hacer solo por el hecho de ser mujer, continuaba explicando como mientras sus hermanos chicos jugaban a la pelota ella debía quedarse en la cocina junto a la asistenta pasando calor. Recuerdo como aquella conversación, o más bien, aquel fragmento de la conversación me resultó extraño. La extrañeza no procedía del hecho de que una niña quisiese jugar a la pelota con sus hermanos, sino más bien que en esa reivindicación feminista la figura de la asistenta era más bien una especie de elemento contextual en un proceso de reafirmación individual. Me extrañó que en la conversación no se tratase también sobre el calor que la asistenta, también mujer, pasaría de forma continua, o sobre qué oportunidades habría tenido aquella mujer en cuanto a su formación o posibilidades laborales. En aquella entrevista el componente social simplemente pasó desapercibido. Por supuesto feminismo y conflicto de clases no deberían ser contradictorios pero cuando vemos configurarse relatos como este, en el que el componente social de clase, con todas sus connotaciones, desaparece nos deberíamos preguntar quién es entonces el sujeto.
Algo parecido sucede cuando vemos reclamar más puestos directivos para las mujeres sin cuestionarnos la necesidad de la existencia de una clase directiva, sin cuestionarnos tampoco las diferencias escandalosas entre las escalas retributivas de directivos y empleados, ¿nos deben parecer bien diferencias de 98 a 1 entre trabajadoras y directivas si esta es una mujer? ¿De verdad la solución al problema de los cuidados en nuestras familias pasa por mercantilizar y dar un valor monetario a estos cuidados? En ocasiones recuerdo algo que escuche recientemente aunque no recuerdo ni a quién ni en dónde... no deberíamos integrar a las mujeres en un mundo masculinizado, la auténtica transformación estaría en buscar feminizar al mundo. No deberíamos reivindicar dejar que conceptos como el amor o el cuidado dejen de asociarse a lo femenino, sino extender su importancia a todos los ámbitos.
El peligro de los discursos identitarios construidos desde lo individual radica precisamente en que omiten el elemento común y que corren el peligro de convertirse en una miríada de movimientos dispersos. Otro peligro de ese discurso de empoderamiento individual radica en lo que, tal y como era previsible, hemos podido leer en la prensa los últimos días: Ciudadanos reivindica un "feminismo liberal". Si el eje central de actuación es un empoderamiento individual ¿cómo luchar desde aquí frente al neoliberalismo rampante que nos asola? ¿cómo evitar que esos movimientos o, al menos parte de ellos, no acaben absorbidos por un neoliberalismo cuyo eje principal es, precisamente, la individualización y el fomento de un aislamiento extremo?