lunes, 30 de marzo de 2020

LO QUE LA HISTORIA GLOBAL ES Y LO QUE DEBIERA SER


Sólo tiene importancia la determinación del régimen de veridicción que les permitió decir y afirmar como verdaderas una serie de cosas a cuyo respecto acertamos hoy a saber que quizá no lo fueran tanto. Tal es el aspecto, precisamente, en el que el análisis histórico puede tener un alcance político. Lo que políticamente tiene su importancia no es la historia de lo verdadero, no es la historia de lo falso, es la historia de la veridicción.
Michel Foucault

Comencemos con un par de preguntas: ¿era la globalización un fenómeno histórico irreversible? ¿era una buena idea orientar el enfoque de la disciplina histórica asumiendo esa presunta irreversibilidad?
Desde comienzos de la década de los noventa y hasta el inicio de la crisis económica en 2007 un coro de trabajos académicos, prensa económica y responsables políticos cantaba la idea de que la globalización era un fenómeno histórico no sólo deseable, sino inevitable. Resulta de fácil comprobación en cualquier hemeroteca observar hasta que punto esta idea se convirtió en una verdad incuestionable. Fue en ese contexto en el que se desarrolló toda una corriente de estudios centrados en lo que se denominó historia global. El trabajo de Sebastian Conrad, publicado por Crítica, resulta útil a la hora de poner el foco sobre esta corriente historiográfica y, también, sobre un conjunto de asuntos polémicos relacionados con la globalización y la historia global.
La historia global, tal y como señala Conrad, se gestó y adquirió importancia en el ámbito anglosajón y es indisoluble del desarrollo de la globalización como fenómeno histórico. El texto de Conrad resume, aunque de modo algo superficial en ocasiones, las características y dificultades de la adopción de la perspectiva de esta historia global anglosajona para el estudio del pasado. Más interesante que el título de la traducción al castellano es el título original (What is global history?) ya que refleja mejor lo que el libro ofrece: un acercamiento a la historia (seguir leyendo...)*

Seoane, J. (2020). Lo que la historia global es y lo que debería ser. Con-Ciencia Social (segunda época), 3, 147-156. DOI:10.7203/con-cienciasocial.3.16794

CONOCIMIENTO, PODER Y MUNDIALIZACIÓN EDUCATIVA





REVISTA CON-CIENCIA SOCIAL Nº 2: La cultura del capitalismo tardío.
Subjetividad, cultura de masas y sociedad capitalista


REVISTA CON-CIENCIA SOCIAL Nº 3: Conocimiento, poder y mundialización educativa

domingo, 22 de marzo de 2020

AUTORITARISMO O LIBERTAD. EL PASTORADO COMO RAÍZ DE NUESTROS PROBLEMAS


"(...) La mecánica de dirección, si se quiere que funcione ha de ser invisible."

Walter Eucken

La interpretación superficial y descuidada sobre quiénes somos o qué pensamos* oculta elementos profundos de las repuestas a estas preguntas que resultan turbadores. Uno de esos amenazadores puntos ciegos de nuestra cultura es su carácter autoritario, oculto bajo una gruesa capa de conceptos y reflexiones que funcionan como un sutil y sofisticado juego de espejos. Mientras en lo superficial se promueve la libertad, en los cimientos de nuestra construcción intelectual y política la misma se aniquila. Adentrémonos, excavemos a la búsqueda de esas cimentaciones invisibles de nuestro andamiaje conceptual.

A lo largo del siglo XVIII se formalizó un marco conceptual que, en lo sustancial, continúa siendo plenamente funcional. Formando parte de este marco se desarrolló un idea de libertad como la capacidad de desarrollar lo que realmente somos por naturaleza; por supuesto a continuación se dejaba claro cuáles eran las características de la misma. Esas definiciones cerradas y chatas sobre eso que se llamaba naturaleza humana servirán desde entonces como un elemento que permite acotar, establecer límites; elementos no discutibles. El siguiente paso era, una vez reconocida la naturaleza humana comprender qué era lo deseable, cuáles debían ser los fines a perseguir y desarrollar un sistema de dirección, de gobierno de hombres y mujeres que permitiera un pastoreo eficiente. La gran innovación del siglo XVIII a este respecto no fue otra que el descubrimiento de los vicios, las pasiones como herramienta de dirección de humanos. Lo que se desarrolló, pues, fue un sofisticado sistema de pastorado laico en el que la dirección se ejercía a través del egoísmo o la codicia. En pleno siglo XVIII Adam Smith consideraba que este sistema, una vez puesto en marcha, funcionaría de una forma automática, sin necesidad de intervención posterior. No será hasta los difíciles años de entreguerras, cuando los catastróficos resultados de este experimento se hicieron evidentes, que se produjo una revisión de ese supuesto automatismo y se comprendió que para mantener un pastoreo eficaz sería necesario establecer mecanismos de dirección invisibles y que la palanca de los mismos no sería otra que la construcción de mercados competitivos regulados por el Estado. 

Pretender que una construcción intelectual como esta fomente la libertad es una burla, pero una burla que funciona. Como vemos existe un cierto poso religioso no reconocido en la racional y laica cultura moderna. El pastorado, no es otra cosa que el cuidado vigilante de unos fieles, dirigirlos y gobernarlos. Es precisamente la vigilancia, la observación atenta y cuidadosa de los fieles, lo que permite dirigirlos y gobernarlos que no es más que encaminar a un determinado fin, guiar...

El propio concepto de pastorado procede directamente del praelatus latino, literalmente "puesto delante". Vivimos en un marco conceptual pensado para favorecer la tarea a los que van delante. Ahora bien la propia definición de pastorado hace alusión al cuidado que, volviendo a sus raíces etimológicas latinas,  no es otro que cogitere; discernir o pensar. De modo que nuestro sentido común acepta de una forma irreflexiva que promovemos la libertad aunque lo que en realidad hacemos es establecer un sistema de ideas en el que los que van delante, los prelados, disciernen o piensan por los demás respecto a qué es deseable o a qué fines perseguir. Como observa Chantal Maillard:

"(...) No habrá verdadera democracia mientras aquellos que la integran no hayan aprendido a ser libres, y la libertad no es un conjunto de libertades que se otorgan o se quitan, sino algo mucho más simple y complejo a un tiempo, algo que germina en el silencio y en la observación de ese aparecer y desaparecer de los contenidos mentales"

En la era digital las herramientas de vigilancia se están perfeccionando a un ritmo vertiginoso y asistimos a una sofisticación acelerada en los mecanismos que permiten un pastorado segmentado y desagregado hasta límites hasta hace poco tiempo inimaginables. Asistimos, de nuevo, a la aparición de una disonancia entre lo que nuestro sistema de ideas declara: que desea potenciar la libertad; y lo que realmente promueve que no es más que un autoritarismo camuflado. A medida que la disonancia se haga más evidente y la coherencia entre lo declarado y lo hecho se esfume el autoritarismo ya no se camuflará.


* Chapoutot J., Libres d’obéir: Le management, du nazisme à aujourd'hui, Galimmard, 2020



sábado, 21 de marzo de 2020

KANT, SENTIDO COMÚN Y GLOBALIZACIÓN

En ocasiones lo esencial de una historia no está en su núcleo, sino en todo lo que la envuelve, en las múltiples capas que componen un suceso determinado. Cuando en 1784 Immanuel Kant publicó sus Ideas para una historia universal en clave cosmopolita pensaba, precisamente en eso, en dotar de contexto a su Crítica de la razón pura. Aunque nos hayamos habituado a ver a Kant como a una especie de referente intemporal lo cierto es que vivió y escribió en la Prusia del último tercio del siglo XVIII y, por tanto, inmerso en el movimiento ilustrado europeo. 

Este pequeño trabajo de Kant es una especie de compendio de lo que eran (y son) los cimientos sobre los que asentó un intento por conseguir un conjunto de realidades consideradas bienes (valores) y por tanto deseables, a través del establecimiento de un orden y un método definidos (razón). Nuestro sentido común procede en realidad de ese intento. 

El trabajo de Kant resultó germinal en cuanto a la necesidad de conseguir una de esas realidades deseables que no era otra que la de, como el propio título indica, avanzar en la construcción de un Estado cosmopolita universal. Esta idea kantiana es una especie de prefiguración de lo que hoy llamamos globalización.




La globalización, por tanto, forma parte de aquello que podemos considerar consustancial a la moderna cultura occidental. Tan imbricada se encuentra en nuestra forma de ver las cosas que pasa inadvertida en cuanto a su carácter de deseo, de proyecto y, de ese modo, nos habíamos habituado durante decenios a considerarla más bien una realidad inmutable, inevitable. Ese deseo de globalización, tan profundamente arraigado en nosotros está sufriendo en los últimos tiempos duros golpes que no es necesario enumerar por evidentes; la cuestión que de nuevo se plantea es como a consecuencia de los mismos uno de esos valores aparentemente inmutables y sólidos se resquebraja. La desglobalización acelerada a la que asistimos desde los embates de la crisis económica de 2007/08 y que, sin duda, la actual pandemia acelerará aún más, no son una sorpresa para cualquier lector atento que se acercara a la Historia Contemporánea. Los ejemplos de procesos de explosiones globalizadoras y desglobalizaciones igualmente rápidas siguiendo los ritmos cíclicos de las economías de mercado construidas desde finales del siglo XVIII están perfectamente reconocidos y a disposición de cualquiera que hubiera tenido interés en ellos.

Precisamente eso, interés, es lo que faltó, y no es algo casual o irrelevante, es el efecto de una ceguera, de un sesgo que conduce a  error introducido por el conjunto de la razón y  los valores ilustrados sobre los que se asientan nuestras convicciones más profundas. El problema es por tanto agudo. No se trata sólo de un pequeño error a la hora de enfocar un suceso histórico es más bien un fallo estructural de nuestro marco conceptual.

Una vez más los efectos que se esperaba produjera ese deseo-valor, la globalización, no fueron (o son) los esperados. El resultado, una vez más, no es otro que la disonancia de la que ayer hablábamos y que está conduciendo al derrumbe de otro de esos valores ilustrados de los que también ayer hablábamos. El peligro está en que mientras nuestros deseos-valores se colapsan a nuestro alrededor no hemos sido capaces de construir una razón alternativa y que, por tanto, mucho nos tememos que las soluciones al actual derrumbe no podrán venir más que de una profundización y radicalización de la única razón disponible; una razón centrada, como ya vimos también ayer, en el egoísmo y la competencia. El problema por tanto no se encuentra en el derrumbe mismo, sino en la falta de una razón alternativa que nos oriente sobre que desear-valorar que sea menos tóxica que la que actualmente domina nuestro sentido común.

viernes, 20 de marzo de 2020

¿DÓNDE ESTÁ EL HUEVO DE LA SERPIENTE?

En el invierno de 1922 un periodista catalán, Eugenio Xammar, llegó a Berlín y, desde esta ciudad, envió crónicas para dos periódicos catalanes: La veu de Catalunya y La Publicitat. Estos y otros artículos fueron publicados por la editorial El Acantilado bajo el título El huevo de la serpiente en 2005. El título para esta recopilación de artículos no podía estar mejor elegido, ya que, en las crónicas de Xammar, que fueron escritas entre 1922 y 1924, se pueden palpar en sus inicios los sucesos que, años después, acabarían configurando lo que conocemos como nazismo.



La idea del huevo de la serpiente como expresión que muestra el rastro, los orígenes del mal, es una metáfora muy poderosa pero deberíamos preguntarnos: ¿cuál es realmente el origen del nazismo? ¿dónde está el auténtico huevo de la serpiente? La respuesta o, más bien, las respuestas son, por desgracia, poco tranquilizadoras. El origen del nazismo, no entendido como "objeto de estudio histórico" sino como suceso, fue un producto indudablemente nuestro. Un suceso arraigado en alguno de los más profundos y sólidos principios de nuestra cultura. El huevo de la serpiente se incubó (y se incuba) en las disonancias que se producen entre la razón ilustrada y los valores ilustrados. Esa disonancia se mantuvo oculta durante las décadas de expansión económica que fueron de 1850 a 1873. Durante esas décadas, se impuso el relato de origen ilustrado que narraba como,gracias al egoísmo, entendido como un automatismo natural de progreso para la especie humana, desarrollado a través de la competencia, se desenvolvería un mundo de orden, progreso moral y material. La quiebra económica de 1873 marcó el fin de la credibilidad de ese relato y, desde entonces, lo más profundo de esa razón ilustrada (egoísmo y competencia como mecanismo de progreso) se afiló y agudizó. Los valores que, se esperaba, resultasen de la aplicación de esta razón, en cambio, se derrumbaron.

Hoy, años después de nuestra gran crisis, se están produciendo sucesos cuyos ecos, cuyas resonancias, no hacen más que llevarnos al Berlín de Xammar. Hoy, de nuevo, la disonancia, la falta de coherencia entre una razón basada en el egoísmo y la competencia feroz y unos valores que el uso de esta razón debiera producir pero no produce nos lleva otra vez, a ojos vista, a un derrumbe de valores y a una profundización de dicha razón

El ascenso de partidos como VOX es un ejemplo visible de lo que nos está sucediendo. En un interesante reportaje publicado recientemente por El País Semanal se entrevista a votantes de VOX y, en muchos casos, sus declaraciones resultan esclarecedoras: uno de los entrevistados para este reportaje explica de una forma directa el concepto de disonancia cuando dice: "Hay una serie de problemas en España que todos camuflan (...) pero Vox dice las cosas como son. Lo que todo el mundo piensa. Y de una forma que se entiende". Otro de los entrevistados aúna en sus declaraciones la idea de un derrumbe de valores y, de nuevo, la idea de disonancia: "(...)camionero de 42 años, habla como si el mundo en el que creció se estuviera desvaneciendo" "queremos (...) un partido que no nos engañe"
Para estas personas el derrumbe de valores se percibe como la desaparición de un mundo, su desvanecimiento; y la disonancia en la falta de coherencia entre resultados (valores) y causas (razón).

Ante estas circunstancias los valores son mera espuma superficial y lo que emerge con una fuerza arrolladora es una razón egoísta y competitiva. De nuevo la importancia del hacer.

domingo, 8 de marzo de 2020

CURSO FILOSOFÍA PARA DOCENTES


¿COAGULAMOS O LICUAMOS LAS PALABRAS?


Para Confucio, la sociedad era un sistema que se  establecía de acuerdo con los nombres, pues cada nombre expresaba no una cosa en concreto, sino un conjunto de relaciones (...). Si ocurría que alguno de los elementos que intervenían en la relación (...) no de daba, debía entenderse que no se trataba de lo mismo y que no debía ser utilizada tal palabra para nombrarlo. En caso de que se permitiese nombrarlo de la misma manera, se introduciría la confusión en el concepto, y  partir de allí, en la sociedad. 

[Sin embargo] aquel ser consciente de sus ficciones sabe que éstas han de ser utilizadas y que no ha de dejarse utilizar por ellas.


Ch. Maillard, La razón estética