“Muchas veces me ha pasado captar algunos leves sucesos que transcurrían ante mis ojos y encontrarles una fisonomía original en la que me complacía discernir el espíritu de esta época”
Anatole
France citado por W. Benjamin en su Libro de los Pasajes
Mientras
la superficie
se agitaba
en la Europa de los años treinta
algunos se preguntaban sorprendidos de dónde había
surgido la tormenta, sin
embargo, en los decenios
anteriores, mientras
todo parecía tranquilo
potentes corrientes de fondo fluían
bajo la misma
superficie.
Estas corrientes provocaban
vibraciones y ondas que, para
un espectador sensible y atento,
ya eran perceptibles
tiempo atrás. En 1910 G. K. Chesterton en un ensayo titulado Lo
que está mal en el mundo
advertía:
“(...)
ha surgido en la vida moderna una moda literaria que se dedica a la
novela de los negocios, a los grandes semidioses de la codicia y al
país de las hadas de las finanzas. Esta popular filosofía es
totalmente despótica y antidemocrática; esta moda es la flor de ese
cesarismo contra el que pretendo protestar. El millonario ideal se
aferra a la posesión de un cerebro de acero. El hecho de que el
millonario real posea más bien una cabeza hueca no altera el
espíritu y la tendencia de la idolatría. El argumento esencial es:
“Los especialistas deben ser déspotas; los hombres deben ser
especialistas (...) tenemos una civilización comercial; por lo
tanto, debemos destruir la democracia. (…) Nuestros negocios
especializados en su Estado sumamente civilizado no pueden ser
(se dice) dirigidos sin la brutalidad del caciquismo y el saqueo, el
“demasiado viejo a los cuarenta” y todo el resto de barbaridades.
Y deben ser dirigidos, por lo que hemos de llamar al César. Nadie
que no sea el Superhombre puede descender a hacer un trabajo tan
sucio.”
Como
vemos, Chesterton percibió una de esas vibraciones y
acertó a asir el delgado hilo que, aún tenue, unía a la
floreciente civilización comercial y al
despotismo antidemocrático. Catorce
años antes del ascenso de Mussolini al poder en Italia y 23 años
antes de la llegada al poder del nazismo en Alemania anticipó uno de
los nervios centrales que acabaría posibilitando ese ascenso y que
no era otro que la conversión en sentido
común de la idea
de que la democracia no tenía sentido en el ámbito empresarial y
productivo y que, en aras de la eficiencia, la democracia misma debía
ser sacrificada en favor de la especialización tecnocrática. Esta
idea desbordó a lo largo de dos decenios el ámbito económico y
acabó sumergiendo a la política que desapareció a manos de
déspotas
que entendían que el
Estado debía gestionarse al modo empresarial.
Cuando
hoy vemos de nuevo agitarse la superficie de nuestro presente y, otra
vez, el despotismo se ha convertido en una amenaza generalizada no
habría estado de más prestar atención a las vibraciones que ya nos
advertían de que las corrientes de fondo volvían a fluir. Las observaciones que Chesterton hacía en 1910
resultaban familiarmente inquietantes a quien leyera noticias como la
publicada por numerosos medios el 14
de mayo del año 2017. En
las
mismas
se daba cuenta del “despido”
por parte del presidente Trump (“un
millonario ideal que se aferra a la posesión un cerebro de acero”)
del
director del FBI, aunque quizá más evocadora de los pasajes de
Chesterton fue la explicación dada por la Embajadora de EE.UU. ante
la ONU: “The
president is the CEO of the country”. En
España el témino CEO equivale al consejero delegado o director
ejecutivo de una compañía. ¿Les suena?...