Michael
Sandel en un ensayo titulado El liberalismo y los límites de la
justicia apunta una de las principales características
de nuestro presente al explicar como (…) No son los egoístas
sino los extraños (…) los que conforman la ciudadanía de [la
modernidad].
Los
nuevos modernos canónicos nos explican, casi diariamente, como
debemos esforzarnos por desvincularnos tanto del
espacio como del tiempo. No debemos atarnos a ningún territorio
concreto ni debemos inscribirnos en ningún flujo temporal que nos
desborde como individuos. Según las prescripciones del nuevo canon
del comportamiento moderno el
individuo ideal es aquel que carece de vínculos que restrinjan su
libertad, cualesquiera que estos sean. La palabra extraño resulta
clave. En sus diferentes acepciones esta
palabra hace referencia a quien no pertenece a la familia, al que no
forma parte del hogar.
Se refiere siempre a algo exterior pero,
más interesante aún
es uno de los sinónimos de extrañar, que no es otro que desterrar.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿en qué momento algo
considerado como un castigo terrible que no era sino
la desvinculación forzosa de una persona respecto de sus relaciones
(afectivas, territoriales...); la expulsión de su “hogar” en un
sentido amplio, pasó a ser considerado algo deseable? El nuevo
individuo ideal, perfectamente adaptado al mundo globalizado, debe
ser un individuo sin hogar, desterrado... extraño. Pese
a todo algo en nuestra naturaleza se resiste intuitivamente a
adentrarnos en ese camino de extrañeza generalizada provocando un
gran desasosiego en nosotros.
Para hacer soportable lo que durante
generaciones fue considerado como uno de los peores castigos posibles
hemos desarrollado una enorme variedad de sucedáneos que nos ayudan
a sobrellevar nuestra moderna
extrañeza. Sucedáneos de vínculos, sucedáneos de comunidades...
que conducen a la muy moderna contradicción apuntada por Sandel de
comunidades de extraños.
En
algún punto del camino recorrido desde la revolución industrial la
conexión existente entre conceptos como hogar y vínculos que a su
vez deben ser cultivados
y que conducen a eso que llamamos civilización se quebró y dio
lugar a otra cadena
conceptual dominada por la extrañeza, la falta de cultivo
de vínculos entre individuos
y que no puede conducirnos sino a la barbarie.
La
próxima vez que nos tienten con relatos de una desvinculación
dichosa debemos preguntarnos ¿de
verdad anhelamos el castigo?
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