miércoles, 10 de agosto de 2016

EL RETORNO DE LAS SOCIEDADES ADQUISITIVAS

R. H. TAWNEY

Resulta sorprendente que para comprender nuestro presente sean más útiles libros descatalogados, no editados desde hace décadas, que han sido expurgados de las estanterías de muchas bibliotecas y que han acabado en librerías de viejo. Un pequeño libro, titulado La sociedad adquisitiva, publicado en 1920, anticipó muchas de las realidades del mundo en el que hoy vivimos. Su autor R. H. Tawney, profesor de Historia Económica en Londres definió los problemas derivados de construir una sociedad sobre la avaricia. Además, empleó un término para definir a estas sociedades: sociedades adquisitivas. Hoy, noventa y seis años después, vivimos inmersos en una sociedad adquisitiva.

La idea de construir sociedades en torno a la codicia había surgido en la Europa de los siglos XVII y XVIII, apoyada en el deseo de utilizar a esta propensión humana como una herramienta que ayudara a controlar otras propensiones que en aquel momento se consideraban más peligrosas como la ambición de poder. Lo que Tawney muestra es como, lejos de constituir un vicio inocuo, la codicia podía resultar letal para la constitución de sociedades humanas. No se trata de un alegato pueril y superficial, sino de una observación de la naturaleza humana más alejada de las ensoñaciones de una “ciencia” económica que contempla a esa naturaleza de un modo esquemático y más cercana a los matices y las complejidades de esa naturaleza que muestran la antropología o la historia. Así, Tawney no niega que la avaricia forme parte de la naturaleza humana, pero hace una crítica certera al hecho de utilizarla como eje en torno al cual construir un sistema social y económico:

Es evidente, desde luego, que no hay ningún cambio de sistema o mecanismo que pueda evitar causas de malestar social tales como el egoísmo, la codicia y la belicosidad de la naturaleza humana. Lo que se sí puede evitar en cambio, es la creación de un ambiente en que no sean ésas las cualidades que se fomenten.”

No se trata, por tanto, de negar estos impulsos, sino más bien, de evitar que sean los principios rectores de nuestras sociedades.

Para Tawney las sociedades adquisitivas eran aquellas construidas sobre estas bases y las definió con las siguientes palabras:

Tales sociedades pueden llamarse sociedades adquisitivas, porque toda su tendencia, interés y preocupación es fomentar la adquisición de riqueza. El atractivo de esta concepción debe de ser poderoso, pues todo el mundo moderno se halla bajo su hechizo. (…) El secreto de su triunfo es evidente. Constituye una invitación a los hombres para que usen los poderes con que han sido dotados por la naturaleza, la sociedad, el talento, la energía, el implacable egoísmo o la simple suerte, sin preguntarse si existe algún principio en atención al cual deba limitar su ejercicio.”

Ahora bien: ¿qué consecuencias provocaría la construcción de sociedades de este tipo? La respuesta de Tawney a esta cuestión es que los efectos serían brutales, y pasó a enumerarlos. Hoy, en agosto de 2016 muchos de los efectos descritos por Tawney no sólo nos resultan familiares, sino que para una parte sustantiva de la población han pasado a ser considerados de “sentido común”.
En las sociedades adquisitivas se pretende el gobierno de los hombres a través del fomento de la codicia, de su afán de lucro y éste pasa a ser el único criterio a tener en cuenta a la hora de juzgar las actividades que se desempeñan dentro de esa sociedad. El ánimo de lucro eclipsa a cualquier otra consideración. De este modo se confunden los medios con los fines, o más bien, el único fin válido es el ánimo de lucro. Cualquier consideración moral sobre si esa actividad es deseable o es un despilfarro o un defecto carece de importancia. Recientemente hemos asistido a la modificación de las reglas contables utilizadas para medir el PIB en la UE y, desde entonces, en el mismo se incluyen actividades como la prostitución o el narcotráfico según su “aportación” a ese PIB.
Tawney resume los efectos sociales de esta omisión de la moral a la hora de definir los fines que deben dirigir la actividad económica:

Cuando se ha olvidado el criterio de función, el único criterio que queda es el de riqueza; y una sociedad adquisitiva venera la posesión de riquezas, como una sociedad funcional honraría, incluso en la persona del más humilde y más trabajador artesano, las artes de la creación.
Así, la riqueza se vuelve la base del prestigio social; y las masas de hombres que trabajan, pero no adquieren riquezas son consideradas vulgares, insignificantes y sin importancia comparados con los pocos que adquieren riquezas (...)”

En los últimos años hemos asistido a la corrupción de una “política” convertida en una mera herramienta a través de la que adquirir esa riqueza que es venerada en las sociedades adquisitivas. Las mordidas, los contratos amañados, la privatización de los servicios públicos … todo ello encaminado a facilitar una adquisición de riqueza que debe ser ostentosa para, de ese modo, conseguir prestigio social. Todo esto se acompaña de un enorme desdén por todos los intereses y actividades humanas que no contribuyan claramente a la actividad económica. Los debates generados en torno a las humanidades y, dentro de ellas, en torno a la filosofía son un buen ejemplo.
Otro efecto reseñable para Tawney de este tipo de sociedades es el desarrollo de enormes brechas de desigualdad:

Una sociedad regida por estas nociones es necesariamente víctima de una desigualdad irracional.”


En resumen, las consecuencias de erigir sistemas sociales y económicos sobre la avaricia no pueden ser otras que: el desarrollo del egoísmo, la eliminación de las discusiones y las preguntas sobre qué merece la pena ser hecho y qué no, la confusión entre medios y fines, el tratamiento fetichista de la industria, así como, una enorme desigualdad y con ella una gran desorientación del sistema productivo.

Supongo que todo lo descrito por Tawney resulta familiar a cualquiera que dedique un pequeño esfuerzo reflexivo a nuestro presente. Lo que hoy deberíamos tener muy en cuenta son las consideraciones finales que Tawney dedicó a cuál podía ser el punto de llegada de este camino:

Si los hombres no reconocen ninguna ley superior a sus deseos, tendrán que pelearse cuando sus deseos choquen (...)”

De modo que deberíamos intentar sustituir a nuestras sociedades adquisitivas, basadas en la codicia, por otras en las que fomentemos otras inclinaciones humanas menos perjudiciales para la sociedad:

¿Idealismo sentimental? En cualquier caso, téngase presente la alternativa. La alternativa es la guerra; y la guerra continua, tarde o temprano, significará algo así como la destrucción de la civilización”

Casi veinte años antes del estallido de la II Guerra Mundial Tawney no anduvo muy desencaminado respecto al futuro de la civilización en Europa.

¿Aprenderemos alguna lección? Veremos...







Tawney, R. H., The acquisitive society, New York, Harcourt, Brace & Howe, Inc, 1920 [Traducido al castellano en Alianza editorial, Madrid, 1972]


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